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EL
DORADO
O
LA
RESPONSABILIDAD
POR EL OTRO
El
hombre en su andar por esta tierra de gracia, en aquellos tiempos en que por
primera vez sus pies pisaron lo que ellos
más adelante llamaron el “nuevo mundo”, claro que para ellos, los recién
llegados. En su encuentro cultural con los nativos y nos referimos a las
asombrosas personas que ya habitaban estas tierras, para nada se tomó en cuenta
la alteridad del ser maravilloso que los recibió, con agua fresca, frutas y
alimentos.
Un
ejemplo claro de escasa alteridad, de poco reconocimiento y entendimiento hacia
otras personas o culturas fue todo el proceso de colonización en ABYA YALA por
parte de los europeos. En ese proceso en el que dos culturas diferentes se
encuentran, una se impone sobre la otra, sin tratar de entender sus creencias o
formas de vida. Sólo por ser la cultura de esas buenas personas que luego
llamaron indígenas, por manejar creencias y comportamientos diferentes a la
europea, ésta última, la cultura dominante, ve a la otra como algo que debe ser
transformado.
La
gran falla de los que se erigieron en descubridores fue no reconocer al otro
ser humano en ese encuentro.
Al
poco tiempo de haber llegado, visto y vencido, se plantearon buscar el botín,
el lugar ya con nombre sonoro andaba de boca en boca, muchos nativos murieron
bajo tortura sin responder lo que no entendían.
Así,
la búsqueda del “Dorado” se convirtió en la mayor empresa del conquistador,
éste se internó en la selva de vida pero también de muerte.
Después
de muchos días de caminos accidentados y
de navegación por ríos y caños, en lo profundo de la selva Amazónica, en las
cabeceras del rio Orinoco, bajo una pertinaz lluvia que los retrasaba en su
empresa, en plena selva, asediados por animales salvajes, que para aquellos
hombres llegados desde lejos, era la primera vez que sus ojos veían semejantes
criaturas.
Por
su lado, en completa armonía con la naturaleza, los Yanomamis ya los
acompañaban durante una semana sin que aquellos se percataran de su presencia,
mimetizados con el follaje de la selva observaron todos sus movimientos
cotidianos, su orden jerárquico, sus armas, su forma de hablar, de comunicarse
entre si y su mal trato con la naturaleza. Pero, esto sólo preestablecía imágenes
en las mentes de esas personas de la selva que son los Yanomamis, teniendo en
cuenta sólo su visión de las cosas y comparaban con los parámetros que
constituían sus propias vidas y desarrollo. En esta medida se estaban creando imágenes
propias de esas extrañas personas venidas desde lejos, sesgadas sólo por
conocimientos propios sin tener en cuenta el desarrollo del otro.
Es
por eso, que en la mente de esas buenas personas surge la idea de ver a los
extraños no desde una perspectiva propia, sino teniendo en cuenta creencias y
conocimientos propios del otro. Para esto hay que tener un mayor acercamiento,
diálogo y entendimiento con ellos, ya que esto permitiría conocerlos con mayor
certeza y en esta medida entenderlos mejor.
Fue
así que estas buenas personas, sabiendo que los extraños, por el rumbo que
iban, llegarían en un par de días a los predios, allí los recibirían, dándose
así la oportunidad de conocerlos.
Sorteados
los peligros naturales y en medio de un tremendo aguacero llegaron a un claro
de la selva divisando en el centro una estructura de madera y palma, techo de
media agua, pero inmensa que hacia imaginar el tamaño gigante de sus habitantes,
se trataba de un Shabono, vivienda colectiva de los Yanomami. Estos, como ya se
dijo, hacia varios días que estudiaban sus pasos, es por eso que atendieron sin
demora a uno de ellos que había sido mordido por una serpiente, todo esto ante
el asombro de los recién llegados.
Les
prepararon un recibimiento amigable, pues los estaban esperando, lo que
nuevamente y de forma equivoca los visitantes una vez pasados unos días y
recobradas las fuerzas, volvieron sobre su objetivo, sometieron a los
anfitriones obligándoles a confesar la ubicación del dorado.
No
en balde estas buenas personas que son los Yanomami, convivían en armonía con
la naturaleza, conocedores del comportamiento de cada ser que habitaba esa
selva, para ellos no había secretos que poseyeran los animales que ellos no
hayan asimilado particular y colectivamente, la astucia de la serpiente y lo candidez
de la paloma.
También
el secreto que guardan las plantas, era bien conocidos por estos hijos de la
naturaleza, es por eso, que ante las primeras torturas cesó la resistencia e hicieron
entender que cuando dejara de llover emprenderían el camino al dorado y que
podían tomar todo el oro que quisieran, si así lo deseaban.
Pero,
debían preservar la vida de los nativos, quienes servirían de guías y de
cargadores del oro. Los expedicionarios encontraron razonable el planteamiento
accediendo. Nuestros buenos amigos prepararon una gran fiesta para celebrar el
acuerdo.
Veinticinco
hombres blancos, barbados y ataviados con armaduras, armados con arcabuces,
espada y puñal recibían el respeto de los Yanomami, ya estos conocían el poder terrorífico
de brazo de fuego que mata desde lejos por lo que confrontarlos no era una
opción, prefirieron tener de aliados a las plantas.
La
gran fiesta Yanomami consistía en sus bailes, emplumados y pintados, sus cantos pentatónicos, además de la comida que proveía
la naturaleza, malanga, yuca, la carne de mono y popomani. Estos seres no se
embriagaban con fermentos, ellos conocían el poder del yopo, una planta
alucinógena, la que hicieron consumir a cada uno de los obligados visitantes.
Uno
de ellos quien parecía ser el jefe, después de consumir el yopo, polvo sagrado,
miró dentro de un ambiente en la gran casa colectiva y en medio del lugar vio
lo que le pareció una gran mesa redonda, en medio de la mesa a unos dos metros
de la orilla había un gran cuenco de madera con un guiso que olía tan delicioso
que hizo agua la boca de aquel hombre.
La
gente sentada alrededor de la mesa estaba delgada y enferma y parecían
hambrientos. Estaban sosteniendo cucharas con mangos muy largos que estaban
atados a sus brazos, cada uno fue capaz de meter la cuchara en el cuenco del
guisado y tomar una cucharada, pero, siendo el mango muy largo sus brazos no
podían poner sus cucharas dentro de sus bocas.
El
hombre se estremeció ante semejante cuadro de miseria y sufrimiento. Sacudiendo
la cabeza se dirigió a lo que le pereció una puerta, creyó traspasarla y el
ambiente que encontró era exactamente igual como el anterior.
Había
lo que parecía una gran mesa redonda con un grande cuenco en el centro de la
mesa, con el guisado que hizo agua la boca de aquel hombre. La gente sentada
alrededor de la mesa estaba equipada con las mismas cucharas de mangos largos,
pero aquí la gente estaba bien alimentada y parecían llenas de salud, riendo y
hablando entre si.
¡No
entiendo...!!! ¡Esto requiere una habilidad...!!!
Mira;
ellos han aprendido a alimentarse el uno al otro, mientras que aquellos que
vistes antes, “los avaros” solamente piensan en ellos mismos.
El
verdadero sentido de la responsabilidad por el otro es dar....dijo el Yanomami.